2019.01.29

En una proyección de videos en un centro cultural en las Ramblas de Barcelona, cerca del mar, salgo a fumar un cigarro. Me siento en un banco de hormigón que forma parte del diseño de una plaza de hormigón y fumo con una mano mientras, con la otra, sostengo el mechero y ojeo una revista. Más bancos aquí y allá, personas sentadas y algunos árboles.

Noto una presencia tras de mí. Nunca había notado nada parecido. Aparece un tío y me pide un cigarro, se lo doy. Entonces me hace una demostración con el mechero: lo enciende de la forma habitual y luego de otra más complicada. Con este simple gesto dice querer mostrarme que no hay una única forma de hacer una cosa, que todo es relativo. Dice haber venido de Marte pero que ha nacido en una familia catalana cualquiera, como podía haber nacido en otra. Desde ese momento ya no parará de hablar. En el curso de un trepidante discurso nueva era irá colocando frases de superhéroes de la Marvel… Yo le escucho, muy concentrado, sin permitir que ningún juicio interfiera en la percepción de su relato. Simplemente escucho y aunque a veces estoy tentado, no reacciono con mi pensamiento a nada de lo que me dice este desconocido, nunca mi mente había operado así antes. Me habla del número 22. ¡Curioso porque últimamente se me está apareciendo mucho este número! Me asombro de lo concentrado que estoy escuchando a alguien que ha interferido en mi campo de ésta manera tan inusual. La situación me parece fresca y espontánea 

En un momento determinado dice que puede leer mi pensamiento y que esa capacidad le da cierta superioridad sobre mí. Y en ese momento cambia toda la frecuencia de la situación porque empiezo a sentir algo de rechazo hacia él.  Ahora sí que elaboro mis propios pensamientos y juicios, mi mente ya no es un recipiente limpio y cristalino sobre el que van vertiéndose palabras que proceso de forma precisa. Pienso: “¿Qué dice este tío?, ¿Superior a mí?, ¿Cómo se atreve a decirme esto?”. Tras una pequeña pausa, le comento que lo lógico es que hubiera sentido miedo cuando se acercó a mí hace unos minutos pero que curiosamente no fue así. El comentario, lejos de agradarle, le pone en guardia. Se levanta súbitamente y me dice: “el miedo es la antesala del odio” y “todo superpoder conlleva una gran responsabilidad” y se aleja, diciendo que su misión acaba en ese momento. Entonces, ante mi estupefacción y sin yo poder hacer ni decir nada más, se dirige a un grupo de personas que está sentado en otro banco y empieza a hablar con ellos.

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