Escatrón ~ Casa del tío Miguel //
∞ Sueño ∞
Julen de espaldas frente a un taller. A mí me gustaría verle de frente, saludarle, que nos mirásemos porque, de hecho, es lo que necesito para estar bien y sentirme conectado. Necesito su amor pero él me da la espalda. No sé si lo hace a conciencia o no pero no me da su energía y eso me pone muy triste, me hace sentir muy solo.
He dormido muy bien. Me levanto con el sol y me paso la mañana en la tienda. Lo primero que hago al levantarme es acercarme al camino para comprobar que no se me ve. Ahora sé que estoy seguro aquí en este campo entre el río y el camino bajo la montaña y que, aunque de tanto en tanto pasa un ciclista, un corredor o un coche, no llamo la atención. Así que estoy tomándome la mañana para escribir, pensar, descansar, aprovechando este lugar en el que puedo jugar a enraizarme.
Me planteo porqué hago estos viajes y si los seguiré haciendo. Me planteo qué quiero hacer con mi vida. Veo la necesidad de distanciarme de mí para ser útil. Vivo muy rápido. Me río poco, lloro bastante aunque podría llorar más. Siento que aún no he salido del cascarón. Me siento muy unido a mi madre y quiero acabar con eso. Vivo en la gravedad del miedo. Tengo miedo sin motivo, miedo por lo que pueda pasar, lo que nunca va a pasar porque me protejo.
Creo que mi mayor miedo es la humillación. Al estar todo el rato expuesto, tengo miedo a ser visto. Quiero ser invisible, pero por otro lado, me doy cuenta de que en este viaje, a cada pueblo que llego quiero que todo el mundo me vea para tener oportunidades. Hacia las once de la mañana me empiezo a cansar de pensar. Estoy desanimado. Me dispongo a acostarme un rato y a leer sobre la crisis de los refugiados cuando oigo muy cerca a un hombre dándole voces a un perro que parece que me hubiera visto.
A mediodía, bien descansado, voy para Escatrón siguiendo el camino que interrumpí ayer. Al llegar al pueblo, voy a una fuente a por agua y un tío de unos cuarenta años en una silla de ruedas que va con otro tío rasta más joven, me invita tomar una cerveza con ellos. Al acercarme al de la silla de ruedas enseguida veo un agujero enorme en el centro de su garganta. Se ve que ha tenido un pasado difícil… Me cuenta que ha pensado en hacer el GR 99 en la silla de ruedas y me pasa su teléfono para que le explique cómo me ha ido cuando acabe mi viaje. A mí me parece una idea absurda. El rasta me sugiere que vaya a ver a Miguel, «el tío Miguel», un hombre que vive en una casa en pleno río antes de llegar a Chiprana. Cuando a las 17:00 h abre la tienda de ultramarinos compro pan, fruta y una botella de vino para tomármela con Miguel, me despido calurosamente de los hombres que acabo de conocer y sigo el camino.
Al dejar Escatrón, unos chicos entre asustados y avergonzados, me avisan de que el camino está sucio y en malas condiciones. El camino será por momentos un lío, realmente bastante sucio, a veces me pierdo, aunque llevo el GPS… pero en general bien, tipo pista.
Así llego, ya anocheciendo, a casa de Miguel. Vive en una construcción de hormigón, una gran cubo que desde el terreno penetra en el río partiéndolo de forma brusca. En lo alto de un par de palos, una bandera de Aragón y otra de España. Basura desperdigada por todos los lados. Le llamo por su nombre desde la verja de la entrada que da al camino y salen a recibirme cuatro perros ladradores. Miguel tardará un poco más, pero al final sale muy contento de ver a alguien que viene a visitarle a este no-lugar. Tiene cincuenta y cinco años aunque por su cara parece que tenga setenta, sin embargo su cuerpo vigoroso, como el de un joven, desprende mucha vitalidad. Nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida.
Entramos a la casa, espaciosa, con techos altos, sucia y desordenada y apenas alumbrada con la ténue luz de una lámpara a pilas. Me invita a una sopa y nos tomamos la botella de vino además de un montón de cervezas charlando animadamente y contándonos nuestras vidas. Sobre todo es él quien me cuenta la suya, que es más extrema, más física por decirlo de alguna manera: alcohol, peleas, cárcel, soledad, amistad y pesca. Miguel es un eremita de los bajos fondos. Yo para él, según me dice, soy un extraterrestre.