Manresa ~Vic //
He pasado muy buena noche. Me levanto pronto para aprovechar el desayuno que va incluido en el precio de la habitación. Curiosamente todas las personas que se encuentran en el comedor son adolescentes marroquíes, extranjeros, como yo aquí, como yo en el mundo. Desayuno café, pan blanco, bollería industrial, queso, embutido, mantequilla, mermelada… Dejo la bici en el albergue y salgo a dar una vuelta por Manresa, pero entonces me doy cuenta de que he perdido la llave de la habitación. Paso como media hora buscándola hasta que pienso: «Me voy y ya la buscaré luego, a ver si me ilumino». Y es terminar de decir esta frase y acordarme de que la he puesto en el bolsillo de un pantalón que ya he guardado en una de las alforjas.
Nada más poner un pie en la calle, observo como un hombre se mira una y otra vez los bolsillos con aire de nerviosismo. Parece estar buscando la llave de su coche, lo cual confirmo cuando, al notar mi presencia, me pregunta si he visto unas llaves. Compruebo una vez más de que el tiempo y la sucesión de acontecimientos siguen un orden misterioso, diferente al orden que solemos percibir de forma convencional.
Me siento pesado. Yo y mi cuerpo sabemos que no hemos hecho bien con el tema del desayuno. No puedo imaginarme como la gente puede comer así cada día. Paseo unas horas por Manresa, descubriendo una ciudad que he visitado decenas de veces en el pasado pero de la que no conocía prácticamente nada. Nada excepto el trayecto que va desde la estación de tren a la casa de un argentino bastante mayor que yo con el que mantuve una tormentosa relación sexual y afectiva hace más de veinte años, recién salido de la adolescencia. Manresa era Fabián y Fabián era sexo, celos, obsesión y mucho miedo.
Una de las tantas cosas que no sabía de Manresa es que esta ciudad fue la última etapa del peregrinaje de Ignacio de Loyola. Visito la cueva que le albergó y desde donde escribió parte de los Ejercicios Espirituales, después de un largo camino que reconozco en bastantes de sus tramos por haberlos recorrido con la bici. En la tienda de la iglesia de los jesuitas robo un libro sobre el peregrinaje de Ignacio porque no es posible pagar con tarjeta y no llevo suficiente dinero. Gasto el que tengo comprando un ejemplar de los Ejercicios Espirituales y dejando el resto en la hucha de la iglesia. Manresa está llena de referencias sobre Ignacio de Loyola. O eso es lo que yo observo de una ciudad que ahora me parece beatífica, tranquila, apacible, como transformada. Transformado yo y transformada la ciudad. En un momento dado me entra un irresistible impulso sexual, así que entro en el antiguo hospital, hoy Museo Comarcal, me encierro en el baño y me masturbo.
Después de comer un menú en la terraza de un bar vuelvo al albergue a recuperar la bici. Salgo sobre las 16:30 h hacia Vic tomando una carretera secundaria que se interna en las montañas pasando por Moià, la capital de la última comarca catalana en reconocerse oficialmente. Pedaleo unos 36 km prácticamente todos de subida desde los 250 metros sobre el nivel del mar en que se sitúa Manresa a los más de novecientos del coll de la Pullosa.
Pedaleo manteniendo un esfuerzo continuado durante varias horas bajo un sol incisivo. La experiencia es dura, intensa, pero me doy cuenta de que la estoy viviendo de una manera nueva. Disfruto o sufro el momento, según se mire. Miro los indicadores de los kilómetros como dato informativo, pero no hay un especial deseo de llegar porque sé que llegaré en algún momento y entiendo que todo es un proceso y que en el fondo no se llega a ninguna parte. Recuerdo cuando crucé Inglaterra el verano pasado, cómo me pasaba el día haciendo cuentas atrás de millas, siempre inquieto, siempre anhelante. Ahora, la lentitud ha ganado a la prisa. El paisaje es precioso. Me veo avanzando de una forma en la que confluyen movimiento y quietud, justo en un lugar en que mi voluntad, aún presente, se somete suavemente a un ritmo que viene desde fuera. Éste, que empezó siendo el viaje del equilibrio, se ha convertido en el viaje de la Paciencia, Paz, Presencia.
Ahora viene una bajada corta pero espectacular hasta la carretera general, desde donde me interno por una pequeña carretera a un lugar llamado Malla, una población de casas y equipamientos varios diseminados entre campos y carreteras que se cruzan formando una red, a unos pocos kilómetros de Vic. Un lugar que me recuerda a las cercanías de Vilafranca del Penedès. Planto la tienda, ya anocheciendo, en un espacio verde y solitario que no me cuesta encontrar. Hoy he pedaleado unas cuatro horas y unos cincuenta kilómetros.