Ribes ~ Piera //

Todo a punto, salgo hacia las 17:30 h. Llevo un carro de una rueda unido a la bici por el eje de la rueda trasera. Nada más tomar la carretera que me lleva hacia el Penedés compruebo que llevo un montón de peso, lo cual puede complicar mucho el viaje, me siento inestable. Me da por pensar que el peso que arrastro es el peso de mi pasado, de mis ataduras, como si creyera que necesito más cosas de las que realmente necesito, como si aún siguiera muy atado a lo material. Me doy cuenta de que no puedo despistarme ni por un momento. Cosas que hacía antes en movimiento como recolocar el móvil en el manillar o sacarme la chaqueta y dejarla amarrada sobre el transportín, ahora son actividades de alto riesgo. Si no me limito a pedalear mirando al frente con las dos manos en el manillar noto que pierdo el equilibrio con gran facilidad. En viajes anteriores he probado mi capacidad de resistencia, me he enfrentado a miedos hasta que los he superado o he conquistado la libertad. Este parece que será el viaje de la concentración y del equilibrio.
Se me ocurre que puedo llamar a mi bici con carro AvispA, por los colores, por lo bonita y lo peligrosa. Aunque por lo pesado y lo torpe la podría llamar Avispón o Avispa Asíática, como la que me picó en Montignac el verano pasado y que me inmovilizó por varios días.

Un poco antes de llegar a Vilafranca, la carretera desciende de forma pronunciada haciendo una curva cerrada. Sin acordarme de que llevo el carro, tomo la curva a toda velocidad, incluso invadiendo el carril contrario para no tener que usar los frenos. Entonces pierdo el control de la bicicleta que empieza a tambalearse de lado a lado en un descontrolado y peligrosísimo zigzag. Ya no llevo la bici sino que ella me lleva a mí. Voy directamente hacia la valla que marca la curva viendo muy probable un gran golpe frontal. Sin embargo, no tengo nada de miedo. Es como si no pudiera permitirme tener ni un ápice de miedo o de duda. Mi misión es hacer lo posible para enderezar la bici y evitar el desastre. Son segundos. Pienso fríamente. Entre el uso de los frenos y varias maniobras con mi cuerpo, aunque en realidad no sé muy bien cómo, logro estabilizar la bici justo al llegar a la curva y frenar deslizándome paralelo a la valla en vez de chocar frontalmente contra ella. No obstante, con el impacto, la rueda del carro se sale del eje y sale volando hasta el carril contrario. Sin tener tiempo aún de recuperarme de la impresión logro salvarla del atropello de un coche que avanza amenazante. La coloco de nuevo en el eje, que tengo que enderezar ligeramente con la ayuda de una sencilla herramienta. No hay nada roto, puedo continuar.

Tras unos cuarenta kilómetros y unas tres horas de pedaleo, decido parar a hacer noche en una urbanización a la entrada de Piera, en una casa abandonada que se ve desde la carretera. No esta acabada, le faltan todas las ventanas y las puertas.


Doy una vuelta por la casa buscando la habitación ideal para dormir pero no tengo claro cual elegir porque en todas hay corrientes de aire. Un graffiti en una pared justo en la entrada dice: «No entres más». Decido hacer caso del texto y extiendo el aislante sobre el suelo del pasillo que precede al lugar en donde debería estar la puerta principal de la casa. Éste resulta ser el lugar más resguardado y sobre el que mejor control tengo de la bici que, como ya es habitual, nunca cando por las noches. Siempre hay que hacer caso a este tipo de graffitis que parece que te están hablando. Me duermo entre los sonidos que emiten decenas de pájaros y de perros.


