Eskdalemuir ~ Annan //

Hoy salgo del monasterio. De camino a los lagos, decido dar una vuelta y pasar por Annan, un lugar del que no sé absolutamente nada pero con un nombre que me gusta. Cerca de la costa, con un río, a pocos kilómetros de la ciudad de Carlisle. Puede estar bien. De Eskdalemuir a Langholm el camino es fácil y sin contratiempos pero un poco después de salir de Langholm se pone a llover. No me pongo más que el chubasquero confiando en que no lloverá mucho. Llueve mucho. Me paso dos horas pedaleando bajo la lluvia. Llego a Annan completamente empapado y me refugio en un pasadizo entre casas en medio de la ciudad. Meo. Son las cuatro de la tarde. Empiezo a tener frío. La perspectiva es que siga lloviendo todo el día y toda la noche y estoy en medio de una ciudad. No tengo ni idea de cómo voy a pasar la noche. Huele a meado.

Mientras me cambio de ropa, un tío sale de una de las viviendas tras de mí y me saluda sonriente. Al rato viene con un vaso lleno de un líquido verde que parece detergente. Le digo: «¿Qué es eso? y no me entiende bien. «Apple juice» me dice cuando ya me entiende. Me doy cuenta de que no es inglés. Parece árabe, del este de Europa. Me dice que me lo beba pero que él no puede acompañarme. Debe ser árabe. Se va y bebo un pequeño sorbo. ¡Está rico! Es licor de manzana. A los pocos minutos vuelve con un lata de cerveza. «No tiene droga» me dice, refiriéndose al brebaje verde. «Ok ok, gracias, no hace falta… muchas gracias hombre». Me hace gestos como diciéndome : «lo hago de corazón, no te preocupes» y vuelve a entrar en su casa. No he terminado de beberme el licor y vuelve con un vaso enorme lleno de negro café humeante. Empiezo a entrar en el cielo. Al rato vuelve con un pin, de algo que pone como Aventura de Paralímpicos, un regalo.

Me pregunta si estoy bien, si estoy seco, si tengo hambre, si necesito algo. Se va. Vuelve. Me pregunta: «¿tienes dinero?». Justamente hoy he gastado las diez libras que me quedaban en comida y la tarjeta no me funciona en los cajeros así que técnicamente no tengo dinero. Le digo: «pues no, la verdad es que no tengo, pero espero tener…». «No cards?» me dice. Le explico un poco lo de la tarjeta y se saca unas monedas del bolsillo. No las quiero coger pero él insiste y me las mete en el bolsillo de mi camisa. «You never know!«, me dice. Me acaba de dar cuatro libras. Se va. Al rato vuelve de nuevo y ya será la última de sus apariciones con un termo lleno de café para que rellene el vaso que todavía no he acabado. Se presenta. Se llama Adam y es de Hungría. Me dice unas palabras en húngaro que evidentemente no entiendo y me pregunta si conozco su idioma. Creo que este tío está algo loco. Pero entonces, de alguna forma, yo también estoy loco. Gracias a Adam, conecto con una frecuencia más allá de lo convencional entre personas y me siento libre, pleno, embriagado de una felicidad y una paz inmensas.

En esas, llueve bastante menos así que decido salir a buscar un lugar donde plantar la tienda. A tientas pero en un estado de confianza absoluta, recorro unos pocos metros la calle en la que me encuentro, tomo una calle a la derecha y doy con un enorme parque junto a un río que se llama como la ciudad. Tranquilamente, planto la tienda bajo la lluvia y sobre la hierba mojada y me bebo la cerveza que me ha dado Adam. Me termino de emborrachar y me duermo.