Caspe ~ Mequinenza //
Me despierto a las siete de la mañana. Lavo ropa, hago unos estiramientos y cargo pilas. Como mal. Después de tanto esfuerzo, parece que necesito una compensación y me doy a la bollería industrial, a zumos envasados… me tiro unos pedos horribles. A las 12:00 h estoy junto al GR y me doy cuenta de que casi no llevo ni agua ni comida así que cargo con un montón de higos de una higuera que aparece en el momento justo y decido tirar palante con lo que hay.
Entro en el desierto. Resulta duro, mucho. Mucho calor, soledad absoluta. El camino, un continuo sube y baja haría las delicias de los amantes del trial aunque yo con lo precario de mi sistema de equipaje no termino de disfrutarlo. Las vistas sobre el río, que aquí alcanza su mayor ancho, son espectaculares. Me baño en el embalse (nunca antes me había bañado en el Ebro). Pincho la rueda de atrás y tengo que cambiarla dos veces. Esto está resultando muy difícil. Me echo una pequeña siesta a la sombra de unos olivos y cuando me despierto me invade una sensación de angustia por sentirme en cualquier lado. Me pierdo varias veces, no pedaleo centrado porque voy pensando en preocupaciones económicas. Me caigo de la bici y con el golpe se me rompen las bridas que sostienen la caja de verduras que hacía de portabultos así que decido seguir sólo con las bolsas directamente sobre el transportín, más ligero. Salgo a la carretera después de casi ocho horas muy complicadas.
Aún me quedan 23 kilómetros a Mequinenza a donde llego ya de noche, iluminando la larga y monótona vía con la luz del frontal. A la entrada del pueblo compro comida en una tienda de ultramarinos y el chico que la lleva me informa de que puedo plantar la tienda junto a una pineda entre la carretera y el Ebro. Ceno a base de patatas fritas y cerveza frente al río.