2015.08.21

Vivar del Cid ~ Cernégula //

Sobre las ocho de la mañana recojo el campamento en Vivar del Cid.

Desayuno en la plaza del pueblo frente al monumento al Cid Campeador. Un hombre que está trabajando en una obra, me explica mientras desayuna él, formas de moverme en la provincia de Burgos y posibles lugares a visitar. Después de pasar por un mecánico a la salida del pueblo, que me hará más grande el agujero de la llanta delantera con un taladro, para poder así utilizar la cámara de repuesto y poder seguir la ruta, salgo hacia el norte. Mi objetivo es encontrar un río, un lugar tranquilo para bañarme y a ser posible escribir.

Estoy en pleno páramo, a más de mil metros de altura. Los ratoneros vuelan junto a mí bajo un sol abrasador mientras yo pedaleo a más de 20 km/h sintiendo mis piernas a pleno rendimiento. De repente me pongo a llorar; a llorar y a reír al mismo tiempo. Libero emociones y padecimientos sufridos en lo que llevo de viaje y me siento libre, libre como nunca antes me había sentido.

El páramo de Masa

Durante el camino paro varias veces porque no tengo claro qué hacer y estoy intranquilo. Paro en Ubierna y en Mata, donde me tomo una cerveza y compro tomates en un bar de carretera lleno de extraños tipos. En el siguiente pueblo, que da nombre a la comarca, entro al primer bar que veo. Me pido una cerveza y me siento frente a la barra. Le pregunto al hombre que tengo al lado si conoce algún lugar para bañarme. Éste, que resulta ser el alcalde, me indica que en Cernégula, un pueblo a unos diez kilómetros al este saliendo de mi ruta, hay una charca habilitada para el baño. Antes de irme me hace un resumen de lo que es el fracking, un polémico plan de extracción de gas en la zona sobre el que hay una gran oposición popular.

Masa, iglesia

Ya de camino a la charca me viene a la cabeza la imagen de una pareja y pienso: «qué pena que vaya a haber gente, me gustaría estar solo». A la entrada de Cernégula, lo primero que veo es una gran superficie de agua algo cenagosa en un entorno habilitado como área de picnic. Una pareja se haya recogiendo sus cosas para irse así que en cuanto me quedo solo, me desnudo y me lanzo al agua. Me siento tremendamente agradecido por haber llegado a este lugar en medio de la nada. Después del baño, me preparo un bocadillo de jamón y queso con tomate y orégano que me sabe delicioso.

La charca, Cernégula

Sin embargo, desde hace unas horas estoy notando que no hay forma de quitarme la sed por mucha agua que beba. En un momento me viene un deseo genuino, una necesidad de «ahogarme» en una bebida gaseosa refrescante. Imagino el líquido que necesito como si estuviera dentro de mí pero a la vez como si yo estuviera dentro del líquido. Me parece estar en algo parecido a un sueño al pensar de esta forma inusual mientras camino bordeando la laguna. En medio de este pensamiento veo junto a mis pies un tapón amarillo flotando en el agua. Imagino que es la materialización de mi deseo pero me cuesta dar crédito a lo que estoy viendo. Muevo lentamente el tapón hacia mí con un dedo, lo agarro y saco del agua una botella de un litro de limonada fresca que me bebo en unos pocos tragos con absoluto deleite. Toda esta sucesión de acontecimientos podría llamarse, como dice Esther V, sueño lúcido despierto.

Al rato pasa por aquí un hombre bigotudo de aspecto muy español montado en una bici. Me informa de que son las fiestas del pueblo y me invita a quedarme. Deduzco que alguien había dejado la bebida en la charca para que se refrescara para la noche.

Cernégula, 19:30 h.

Estoy tomándome unos tintos de verano en el bar de la gasolinera. Hay ambiente de fiesta, miro a la gente a mi alrededor y me siento absolutamente fuera de todo, observando todo desde otro plano, pero a la vez, me siento muy partícipe del momento, hablo con mucha gente, me siento integrado.

Desde Belorado que ando cada vez con más dudas sobre dónde ir y, por tanto, qué hacer en cada momento. No tener claro el destino hace que no tengas claro casi nada. Pero eso no es necesariamente malo porque estás abierto y pasan cosas sorprendentes, inesperadas. La suerte me sonríe porque yo le sonrío a la vida. Siento un poder inmenso, el poder de conseguir lo que necesito sin problema.

La gente del pueblo me aconseja plantar la tienda al otro lado de la carretera, bajo una «nogala» y así lo hago antes de que se ponga a llover. Por la noche, en la charca de nuevo, mientras ceno, hablo con mi madre y es un desastre. Más tarde voy a la plaza, hay baile aunque yo no bailaré ni tampoco me relacionaré con nadie. Para las dos estoy de vuelta en la tienda. Me duermo enseguida.

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