2015.04.02

Anoche me fui a la cama pronto. Sabina me propuso ver una película, pero yo querí­a pensar sobre la manera en que puedo comunicar mis experiencias de una forma artí­stica. Me puse la meditación Kundalini de Osho y me fui a dormir porque sabía que pensando no iba a llegar a ninguna conclusión. Creo que la respuesta a esta pregunta surgirá mientras estoy trabajando. Siento que tengo que hacer fotos, me gusta hacer fotos, me gusta escribir sobre las cosas que me pasan, que pienso, me gusta buscar soluciones gráficas, dibujar y, ahora que ya estoy situado y ordenado el material base, necesito buscar la manera de salir al mundo de forma seria con este material, dándole una forma creativa. Aquí­ es donde estoy atascado.

∞ Sueño ∞
Mi espacio, mi trabajo - interacción interior/exterior

Estoy en un taller muy grande, enorme. Probablemente es el lugar más grande y con techos más altos con el que nunca haya soñado antes, recuerda al almacén del Alcampo. Hay varias estancias comunicadas sin puertas. El espacio en general está iluminado de forma natural y hay una gran zona al aire libre.

Es el taller de Esther, pero ella, al principio del sueño no está, porque está pasando unos días en la cárcel. Yo tengo mis cosas distribuidas por varios lugares en pequeños grupos de elementos: papeles, pinturas y otros elementos. La sensación es de no tener un espacio fijo como mí­o. Dispongo de todo el taller, pero de alguna forma se me queda grande y tengo una sensación de dispersión.
En un momento empiezan a entrar en escena diferentes personajes. El primero es Oriol R; es mi amigo y estamos en el punto de trabajar juntos. Yo invito a Oriol, que también es amigo de Esther, a que venga al taller. Quiero que me acompañe, que me ayude en un proyecto de trabajo, aunque el proyecto está sin definir. Esto al principio no es un inconveniente y Oriol se muestra abierto a mis sugerencias, espera a ver qué es lo que hay que hacer, cómo puede colaborar conmigo, pero yo tengo una actitud dispersa, voy de aquí para allá, buscando mi espacio, mi mesa, y encontrándome cosas mías por diferentes estancias. 
Me siento en lucha buscando delimitar mi espacio pero sin poder encontrarlo. Aunque hablo continuamente con Oriol y trato de transmitirle contenido, el hecho es que no existe la estabilidad necesaria para poder desarrollar cualquier cosa. La colaboración pasa por hacer algo juntos con algún fluido blanco y denso. 

Oriol, que ya no sabe qué hacer aquí dice que se va con Roger (su í­ntimo amigo, con el que tiene una relación fluida y se divierte). Para mí esto es un jarro de agua fría, él lo sabe y titubea al decírmelo. También aparece Elisenda Vidal, la madre de Esther, acompañada de su marido. Al principio y durante bastante tiempo no me reconoce y, cuando voy hacia ella finalmente, reacciona sorprendida al ver que soy yo. Me confiesa que entra tanta gente al taller que no se había dado cuenta de que era yo.  

Más tarde, aparece la propia Esther. Su presencia en el taller es la de una figura grande, fuerte, segura. Viene de haber pasado unas horas de la noche en la cárcel. Oriol todavía está por aquí­, aunque su presencia ya es la de un mero espectador. Esther tiene una capacidad de decisión sorprendente, especialmente comparándola conmigo. Se muestra segura y confiada en todos sus movimientos. El taller es su lugar y se nota. En un momento dado, se sube en una máquina de transportar palets y coge unos grandes papeles y cuadros con las pinzas y en un santiamén los deposita en un altillo a una altura de entre diez y veinte metros. Está organizando sus cosas, que son paralelas a las mías, y lo hace con una soltura y una capacidad admirables, más allá de lo habitualmente humano. Yo observo con admiración este despliegue de capacidades.

La última parte del sueño se desarrolla entre el interior y el exterior del taller. Ya es de dí­a y han acudido al recinto muchas personas de diferentes lugares. Familias y grupos diversos de artistas, de gente vinculada al circo, a los malabares y tal han aparcado sus furgonetas blancas en la zona exterior. Han traído comida y juegos de mesa tipo la oca o el parchís y parece que se instalan para lo que va a ser un festival. Pero en realidad es una competición entre la zona exterior y la interior en la que me encuentro yo. Es como si el taller ahora fuera un castillo y hubiera una clara división entre interior y exterior evidenciada en algunas escenas por un gran muro de separación. La gente del exterior está liderada por un personaje pequeño, con cierto aire malvado pero simpático. Se supone que ha de haber un juego entre ellos y yo, el ambiente es festivo, pero yo no me siento a la altura de la situación. Cuento con un espacio casi invulnerable, pero mi misión es la de interactuar con la gente que está afuera. En una de las pruebas, el líder del "equipo oponente" inserta finos palos por los intersticios del muro que nos separa, atravesándolos. Después yo tengo que lanzar un sombrero al otro lado del muro, pero no tengo la suficiente fuerza o habilidad. Todo el tiempo siento que hay una gran energía y bullicio en el exterior. Las personas de fuera están jugando con alegrí­a, pero yo no estoy a la altura... Tengo la intención, pero no la fuerza.

El último día de la competición no aparezco. Después de un tiempo así, todo vuelve a la calma y toda esta gente se va a ir. Las furgonetas blancas están aparcadas en el patio que ahora, como en un camping, tiene áreas verdes. Yo tengo la sensación de no haber acabado, de no despedirme de ellos.

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